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    2019-06-13


    El año pasado se presentó al público el libro de Pablo Monsanto (Jorge Ismael Soto) comandante de las Fuerzas Armadas Rebeldes y de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca , titulado , el cual aporta información sobre varios pendientes sin resolver de la historia de la lucha revolucionaria guatemalteca de la segunda mitad del siglo pasado. El primer aporte es que fue escrito, precisamente, por Pablo Monsanto. Los militantes de las se han caracterizado, hasta ahora, por ser los menos proclives fluoxetine hydrochloride plasmar sus memorias o su visión sobre los 36 años de lucha armada en Guatemala, a diferencia de los militantes de las otras organizaciones que conformaron la . Mismo que viene a ser reforzado por el hecho de que el autor es, junto con Ricardo Rosales dirigente del Partido Guatemalteco del Trabajo, uno de los sobrevivientes que tuvieron el grado de Comandante en Jefe de sus respectivas organizaciones. Es una obra que da cuenta de la versión de los hechos de quien estuvo en el más alto nivel de decisión en la conducción de la lucha revolucionaria en ese país. A esa primera característica se suma el tema del libro: la fluoxetine hydrochloride lucha armada en la Sierra de las Minas durante los años sesenta. La historiografía sobre la lucha armada en Guatemala, y también en el resto de América Latina, suele ser contradictoria. Al fragor de las expectativas inflamadas por el triunfo en Cuba se postuló que el revolucionario era exclusivamente la montaña, la sierra, el campo. Esta idea-eje ha sido retomada en lo escrito sobre Guatemala hasta hoy, el lugar central de la lucha armada era la montaña y los revolucionarios los . Como contraparte de esta ideológica y mitificada afirmación, la lucha que se daba en la ciudad y los combatientes urbanos no eran completamente revolucionarios, o en las palabras del mejor expositor de esta dicotomía, Regie Debray: Ante esa idea-eje uno esperaría que fuera la lucha armada en la sierra, precisamente, la que ocupara el mayor número de páginas, de la que más detalles se conocieran y de la que más análisis académicos se tuvieran, y que también a más políticos y militares concitara. Sin embargo es tratada con más generalidad que la lucha urbana, convirtiéndose entonces en un mito fundacional no sólo para los revolucionarios, sino también para los historiadores, en el cual no se profundiza, en buena parte, por el mismo desconocimiento que de ella se tiene. A resolver ese problema abona . Al narrar casi día a día la vida del , no sólo recupera la cotidianidad de la lucha armada y le regresa la humanidad a los actores de ese proceso, sino que nos brinda por primera vez la oportunidad de incluir en los análisis históricos, con información de primera mano, la lucha armada en la Sierra. Y es de suponer que, a menos que otros actores de esos años, como César Montes o Pizarrón —quienes ya han escrito sobre su experiencia durante la guerrilla rural— vuelvan a escribir para ampliar e incluso discutir lo que se plasma en este libro, lo escrito por Pablo Monsanto se consolidará en la posteridad como la versión más completa de lo ocurrido en el oriente guatemalteco. Otro aporte desmitificador del libro a la historiografía, acaso sin proponérselo, es volver el centro de atención a los años sesenta, los cuales se convirtieron en el eslabón mítico que unía a las organizaciones revolucionarias con (1944-1954). De tal manera que lo escrito hasta ahora sobre los 36 años de guerra en Guatemala—testimonios o escritos académicos— suelen establecer una línea de continuidad entre la , la contrarrevolución, los inicios de la lucha armada y las organizaciones que conformaron la , y que mantuvieron una guerra en contra del ejército gubernamental a partir de 1981 hasta 1996. La lectura atenta de nos permite cuestionar la primera parte de esa cronología. Los combatientes de los años sesenta abjuraron de las reformas dentro del marco legal burgués, no sólo se rebelaron con las armas, sino que se plantearon la destrucción total del sistema político y económico, la transformación de las relaciones sociales y la construcción de un nuevo estado de las cosas. En otras palabras, las motivaciones para asumir la lucha armada en los años sesenta en Guatemala no sólo no tuvieron como su referente las reformas políticas de los años cuarenta, sino que, ideológicamente, fueron su negación total.